Buscar este blog

viernes, 1 de abril de 2011

La vida tiene valor sólo si es vivida por Cristo


Mañana 25 de marzo 2011 culminamos las labores principales de la nueva clínica para enfermos terminales de sida, cáncer y otras enfermedades, insolventes, pobres de la calle, y de los barrios terminales de Asunción y de todo el país.
Esta nueva iniciativa de la Misericordia divina sustituirá la “vieja” clínica “Divina Providencia San Ricardo Pampuri” ya pequeña para acoger a los numerosos enfermos que llenan nuestras listas de espera. Además faltando unos servicios necesarios para el cuidado adecuado de los que se preparan para alcanzar el paraíso tuvimos la necesidad de levantar una nueva estructura, más grande y más correspondiente con las necesidades de estos hermanos en la fase terminal de su vida. Los lugares actuales de  la clínica pasarán al servicio de los ancianos abandonados, de los mendigos y de cuantos viviendo en la calle no tienen alojamiento.
¿Por qué hemos elegido la fecha del 25 de marzo? Por dos motivos. El primero porque es la fiesta de la Encarnación, el día en el cual la Iglesia recuerda lo que en la oración del Ángelus repetimos cada día: “el Verbo se hizo carne y habita entre nosotros”,  es decir lo que el corazón humano busca con toda su energía como sus deseos de belleza y de felicidad, de amor, de verdad, se hizo carne. La belleza se hizo carne, la felicidad se hizo carne, el amor se hizo carne, la verdad se hizo carne, y cada uno, si quiere, puede reconocerlo porque estos anhelos coinciden con la libertad humana que desea el Infinito. El cristianismo coincide con un Hombre que ha dicho de si: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Reconocerlo es la posibilidad para cada uno de la felicidad, del sentido de la vida.
El cristiano es el hombre que viviendo la experiencia de Cristo anuncia con la vida y la palabra la posibilidad de todos los hombres puedan encontrarlo, para encontrar el propio destino. Es la misma experiencia que hicieron Juan y Andrés aquel día en la orilla del Jordán, cuando después de haber escuchado a Juan el Bautista afirmar: “este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”, dejaron al viejo maestro para seguir a aquel Hombre que se revelará a sus ojos como el Mesías, convirtiéndose desde aquel momento en la única razón de su vida.
La segunda razón es porque esta fecha es para mi importantísima, ya que coincide con el encuentro con Monseñor Luigi Giussani, el fundador del movimiento de Comunión y  Liberación, que hace 22 años, en el que ha sido el momento mas dramático de mi vida, más doloroso, en el cual buscaba desesperadamente un hombre que me devolviera el sentido de la vida y el gusto para seguir luchando. En el panorama de aquellos años, muy dolorosos para los jóvenes y en particular para los jóvenes sacerdotes, el único que me transmitía una percepción de la posibilidad de retomar en mano mi vida, fue ese sacerdote milanés.
Me acerqué a él llorando como un niño, destrozado psíquicamente, pidiéndole socorro y él me abrazó como un padre abraza a sus hijos. No me hizo un proceso, no me preguntó nada, simplemente me abrazó diciendo: “¡qué bello, que bello lo que estás viviendo, ahora  finalmente te volverás un hombre!”. Yo no podía creer que hubiera podido abrazarme de esa forma y decirme esas palabras proféticas, porque hasta aquel momento había escuchado sólo reproches o reclamos jurídicos. No sólo esto, sino que antes de despedirme, mirando mi situación desesperada, me dijo: “¡como sería lindo que alguien te hiciera compañía en tu dolor!” yo le contesté: “pero, Giussani, ¿quién entre sacerdotes y laicos estaría dispuesto a compartir la vida con un hombre reducido a una especie de zombi?”. Y él me contestó: “bueno, este verano te llevaré conmigo”.
Pero lo que más me conmovió fue cuando al despedirme quiso que yo le diera la bendición diciéndome: “te voy a enviar como misionero a Paraguay”. Maravillado y asustado reaccioné diciendo: “¿pero cómo, nadie me dio confianza hasta ahora, quieren internarme en un sanatorio y vos confías en mí hasta proponerme ir al Paraguay en misión sacerdotal?” Pasaron los meses, y el 7 de septiembre de 1989, me acompañó al aeropuerto de Milán, embarcándome rumbo a Asunción, donde llegué al día siguiente, fiesta de la Natividad de la Virgen María, acompañado por el querido amigo padre Alberto.
La clínica nueva, que será dedicada a Mons. Luigi Giussani, fallecido hace 6 años, es el fruto del milagro de este hombre que, abrazándome, cambió mi vida, regalándome una nueva conciencia de que yo soy relación con el Misterio, llamado a ser testigo del infinito amor de Dios hacia las personas que sufren cualquier tipo de enfermedad. El hecho que la fachada de la clínica nueva tenga una forma arquitectónica levemente semicircular, indica y recuerda aquel abrazo de Giussani a mi persona, un abrazo que siento como una fuerte exigencia hacia todos los que sufren. Hasta ahora hemos acompañado a morir casi 1000 personas, abandonadas y todas han muerto con la sonrisa en los labios, gracias a la Misericordia divina que se inspiró en aquel abrazo misericordioso de Giussani que fue para mí la vivencia de lo que recordamos en la fiesta litúrgica de hoy: “El Verbo se ha hecho carne y habita entre nosotros”.
Con esta nueva realidad queremos que los más pobres y abandonados por todos, los que sufren en el cuerpo y en el alma, puedan disfrutar hasta el último minuto de la belleza de la vida,  belleza que ni el cáncer ni el Sida pueden estorbar cuando Cristo domina la vida. Muchos se preguntan: “¿de dónde viene la plata, siendo gratis la asistencia a los pacientes?” La respuesta es  muy sencilla: de la Divina Providencia que se ocupa de sus hijos más necesitados mediante la generosidad de miles de personas que, como los niños, donan el fruto de su sacrificio o de su trabajo. El problema principal no es la plata sino la certeza que la vida tiene valor si es vivida para Cristo y por consiguiente entregada a los que más lo necesitan.
Confiamos que los muchos amigos que nos acompañan sigan ayudándonos con la certeza que ayudan a Cristo. Agradecemos a cuántos nos acompañan en esta aventura, que permite al hombre reconocer la ternura y la belleza de Cristo aquí y ahora. Necesitamos de muchas cosas para habilitarla definitivamente y por eso pedimos socorro a cuántos aman a Cristo y a nuestro pueblo más pobre. Amar a Cristo es la condición para amar al Paraguay, en particular aquel Paraguay olvidado por todos y que no tiene acceso al derecho fundamental de la salud y de la asistencia para morir como hijos de Dios.
P. Aldo

lunes, 21 de marzo de 2011

El cristiano y la política

Mientras seguimos inmersos en la borrachera que han dejado las elecciones internas de un partido político el pasado domingo, donde se ha demostrado una vez más la vigencia del sistema prebendarista y la descarada compras de votos y como los cristianos no son capaces de proponer más que utopías de buenos valores, publicamos el testamento espiritual de Shahbaz Bhatti.
Un testimonio de cómo la “inteligencia de la fe se convierte en inteligencia de la realidad” como nos viene reclamando el Santo Padre, Benedicto XVI, desde hace algún tiempo. Es un documento impresionante de lo que significa ser cristianos en la política, documento impresionante también para los políticos “cristianos” paraguayos que, casi siempre, en lugar de anunciar a Cristo sólo se preocupan de tomar el poder, no para servir sino para disfrutar de él.
Recordamos a los políticos “católicos” que la fe de Bhatti le costó la vida. Es decir que mientras aquí los políticos viven en la “joda”o proclamando valores, en otras partes del mundo los políticos derraman su sangre por la gloria de Dios.
Por eso en Paraguay, al final no existen ni vencedores ni vencidos porque las cosas seguirán el rumbo que ya tenían desde hace mucho tiempo porque la única novedad para el bien del pueblo y del Estado puede venir sólo de un sincero y humilde compromiso con la realidad y con la propia humanidad; algo totalmente desconocido en la política paraguaya.
 “Mi nombre es Shahbaz Bhatti. Nací en una familia católica. Mi padre, profesor jubilado, y mi madre, ama de casa, me han educado según los valores cristianos y las enseñanzas de la Biblia, que influyeron en mi infancia.
Desde pequeño solía ir a la iglesia y encontrar profunda inspiración en las enseñanzas del sacrificio y crucifixión de Jesús. Fue el amor de Jesús que me empujó a ofrecer mis servicios a la Iglesia. Las espantosas condiciones en las cuales se encontraban los cristianos de Pakistán me trastornaron. Recuerdo un viernes de Pascua cuando solo tenía trece años: escuché un sermón sobre el sacrificio de Jesús por nuestra redención y por la salvación del mundo. Y pensé en corresponder, a aquel amor Suyo, donando amor a nuestros hermanos y hermanas, poniéndome al servicio de los cristianos, en modo especial de los pobres, de los necesitados y de los perseguidos que viven en este país islámico.
Me ofrecieron cargos muy importantes en el gobierno y me pidieron abandonar mi batalla, pero yo siempre rechacé, también arriesgando mi vida. Mi respuesta ha sido siempre la misma: “No, yo quiero servir a Jesús como un hombre común”.
Esta condición me hace feliz. No quiero popularidad, no quiero cargos de poder. Quiero solo un lugar a los pies de Jesús. Quiero que mi vida, mi carácter, mis acciones hablen por mí y digan que estoy siguiendo a Jesucristo. Este deseo es tan fuerte en mí que me sentiría un privilegiado si en cualquier momento en este esfuerzo y en esta batalla para ayudar a los necesitados, los pobres, los cristianos perseguidos del Pakistán- Jesús quisiese aceptar el sacrificio de mi vida. Quiero vivir por Cristo y por Él quiero morir. No siento ningún temor estando en este país.
Muchas veces los extremistas han intentado matarme y meterme preso: me han amenazado, perseguido y han aterrorizado a mi familia. Los extremistas, años atrás, llegaron hasta a  pedir a mis padres que me convencieran a abandonar mi misión y mi tarea de ayuda a los cristianos y a los necesitados, de otro modo me podrían haber perdido. Pero mi padre siempre me alentó en mi tarea. Yo digo que, mientras tenga vida, hasta mi último aliento, continuaré sirviendo a Jesús y a esta pobre y  sufrida humanidad, a los cristianos, a  los necesitados, a  los pobres.
Quiero deciros que encuentro mucha inspiración en la Sagrada Biblia y en la vida de Jesús. Más leo el Nuevo y Viejo Testamento, los versículos de la Biblia y la palabra del Señor y más se fortalece mi fuerza y mi determinación. Cuando reflexiono sobre el hecho de que Jesucristo ha sacrificado todo, que Dios ha enviado a Su mismo Hijo por nuestra redención y por nuestra salvación, me pregunto ¿como yo puedo seguir el camino del Calvario? Nuestro Señor ha dicho: “Ven conmigo, toma tu cruz y sígueme”. Los versículos que más amo recitar de la Biblia son: “Tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; era forastero y me acogieron; desnudo y me vistieron; enfermo y me curaron; en la cárcel y me visitaron”.
Así, cuando veo a la gente pobre y necesitada, pienso que bajo estas apariencias está Jesús y que viene a mi encuentro. Por eso busco siempre ayudar, junto a mis colegas, y dar asistencias a los necesitados, a los hambrientos, a los sedientos”. 

El enfermo de SIDA es una persona humana

Hay médicos racistas e ignorantes
Duele poner esta denuncia como título del editorial del Observador Semanal, pero no aguanto más el ver la discriminación que sufren mis pacientes de Sida. Un enfermo, internado desde hace meses en la Clínica Casa Divina Providencia San Riccardo Pampuri, sufre de cataratas en los ojos y su internación ya ha sido rechazada dos veces por parte de los responsables de un hospital al cual pedimos socorro.
Si habláramos de los odontólogos el problema se hace aún más complicado. No existe ocasión en la cual no deje de ser testigo de la discriminación por parte de algunos profesionales. Discriminación no sólo porque alguno rechace a los pacientes sino también porque tienen un comportamiento en el cual se evidencia una molestia, sobre todo cuando se trata de un paciente infectado con VIH. Pero no sólo los médicos actúan de esta manera sino el mismo personal de los nosocomios a los cuales recurrimos.
Lo que más me duele es la ignorancia de estos médicos o enfermeros, ya que tendrían que conocer por lo menos las informaciones básicas el abecedario- en lo que al SIDA se refiere, y de sus formas de contagio. Afirmaba justamente una amiga psicóloga que trabaja con los infectados de VIH: “la persona que puede transmitirme el SIDA es eventualmente mi marido, pero en absoluto mis pacientes” ¡Inteligentísima expresión!
Los pacientes con SIDA, señores médicos, enfermeros, parientes, son ante todo personas humanas como el Papa, como ustedes, como yo. No sólo esto, sino que, como expresa la etimología de la palabra “persona”, son la “máscara” de Dios, es decir, son creatura divina. Por eso en nuestra Clínica cuando paso con el Santísimo Sacramento, tres veces por día, no sólo los beso, sino que me arrodillo delante de cada uno, porque veo en ellos a Cristo que sufre.
No existe para mí ni para mis amigos el homosexual, el travesti; la lesbiana, el heterosexual, la prostituta, existe sólo Cristo que sufre, y Cristo tiene la cara de cada uno de ellos. Ellos, que no son castigados por Dios, más bien, amados, preferidos, elegidos, hasta el punto que  me dicen: “Padre, gracias al SIDA llegué aquí a esta Casa, a esta ’antesala del Paraíso’ y encontré a Cristo, encontré el significado de mi vida, y ahora de verdad estoy disfrutando de la vida”.
Basta con el prejuicio o la estupidez de ciertas sectas religiosas que hablan de los enfermos de SIDA como personas castigadas por Dios. El SIDA es el fruto, como la diabetes, de una vida muchas veces desordenada.  Si un hombre toma cerveza o vino como una Ferrari chupa gasolina, es evidente que la cirrosis será inevitable, el hígado del tomador padecerá después de algún tiempo. Así si uno tiene una vida desordenada, es evidente que arriesga acabar infectado con el VIH. Pero es otra cosa con respecto a quienes hablan del “castigo de Dios” o de quienes discriminan a estos hermanos.
Personalmente, que desde hace seis años convivo con ellos, no puedo evitar reconocer que han sido para mí no sólo un motivo para amar más a Cristo, y a ellos, sino motivo de amar más mi vida ¡Qué bello abrazarlos y besarlos todos los días! Por eso no soporto ver que en muchos sanatorios hay un racismo indigno de la razón humana e insoportable para quienes además afirman ser cristianos.
¿Cómo un médico puede ser tan necio, ignorante, para no darse cuenta de su postura, no sólo anticientífica, sino inhumana? ¡Y quizá estos señores sean mujeriegos, tengan varias amantes y, sin saberlo, ellos también son portadores de VIH!
El problema no son los enfermos de SIDA, internados en la Clínica, el problema es tu marido, tu esposa, la persona con la cual convivís, o vos mismo, que viviendo una vida desordenada ya llevas esta enfermedad dentro de ti, y arriesgas contagiar a tu marido, a tu esposa, etc. Cuídense de su marido, de su esposa, de su pareja… porque de allí puede ser que llegue el día en el cual los análisis te dirán “mira, tu marido, tu esposa, tu pareja, te han contagiado”. Dolorosamente, hoy en día no es más el hombre el centro del cosmos y de la historia, porque Cristo no lo es más, y por consiguiente no existe ocasión para ver en el otro una diversidad que rechazar. Sin Cristo, no hay carne o sangre que garantice una relación humana.
¡Cuántos pacientes que han llegado casi moribundos se han recuperado en la Clínica! Y tristemente cuando se recuperan, y queremos darles de alta, no siempre nos es posible porque los mismos parientes, padres, hermanos o hijos, los rechazan. Tenemos un paciente en la Clínica, Dionisio, que desde hace cinco años está aquí con nosotros, y tiene una familia con muchos hijos, además de tener mamá y hermanos, una de las cuales trabaja  muy bien, sin embargo, no hay forma de que vengan, ni siquiera a visitarlo a menudo, y mucho menos llevarlo a casa. Hemos hecho de todo, hasta denunciado a la fiscalía el abandono, por parte de los familiares, a este hijo de Dios… pero todo ha sido inútil.
Unos días estuvo una joven señora llegada también en etapa terminal, con SIDA, que después de un largo camino se recuperó y los médicos le dieron de alta. Ella era feliz, feliz de volver a casa en Quyquyhó, feliz por poder volver a ver a su hijito, pero cuando avisamos a los familiares, ellos dijeron “NO”. Y a la humilde señora, a la joven mamá, no le quedó otra cosa más que llorar todo el día, consolada por su compañera de cuarto, o por el personal médico y de enfermería de la Clínica.
Podríamos continuar llenando páginas con casos como estos, por eso tuvimos que, con alegría, abrir una sucursal en Itá, donde la Fundación San Rafael tiene una granja destinada a los enfermos recuperados y rechazados por la sociedad, por sus familiares. Su dolor es grande, indescriptible, sin embargo el amor de nosotros sacerdotes, de Doña Nilda, una mamá con seis hijos que cada día los atiende con amor como hijos adoptivos, y del personal de la Clínica, no sólo les permite la superación de la depresión por causa del rechazo, sino el llegar a valorarse, protegiendo su vida, volviéndola a amar y a apreciarla.
Una vez más es evidente que el problema es la falta de Cristo en la vida. Una medicina sin Cristo, sin la conciencia de que el hombre es un Misterio, es relación con el Misterio, se vuelve inhumana y los médicos que tienen esta postura racionalista, nihilista, materialista son la continuidad de Mengele, el famoso médico nazi. Y de esta medicina y de estos médicos no necesitamos ¡Que Dios nos libre!
La razón y la fe son las dos alas que permiten al hombre volar, caminar, rumbo al destino. Las dos dimensiones del yo no se pueden separar. Y cuando hablamos de razón hablamos también de la ciencia que es una aplicación del uso correcto y serio de la razón que, por su misma naturaleza, busca, investiga. Pero la razón, y por consiguiente la ciencia, es una ventana abierta al Misterio, y no un cuarto oscuro cerrado, haciéndola coincidir con el propio ombligo.
Cuando el hombre se olvida de lo que es la razón, se transforma en un cínico, violento, sangriento, racista, inhumano. Por este motivo la discriminación que sufren los pacientes de SIDA antes que una cuestión de fe es una cuestión de lo que entendemos por razón y por ciencia. La fe cumple lo que la razón cuestiona, problematiza, y permite a la ciencia mirar al hombre en su totalidad, ese hombre al servicio del cual está.
Una ciencia que salga de esta postura, de esta conciencia, se reduce a la postura de Hitler y sus cómplices, que hasta hoy en día siguen presentes en el mundo, y que viven entre nosotros y también dentro de nosotros mismos. La diversidad nos molesta y por eso Cristo se hizo carne para amar hasta a los propios enemigos.
En fin, para no caer en el entredicho: una cosa es el pecado, otra cosa es el pecador. El pecado es inhumano, porque es irracional y es condenado siempre y decisivamente, mientras el sujeto que vive en el mal es amado, abrazado cariñosamente, para que se convierta y viva. Sólo en Cristo, con Cristo, es posible esta postura y por eso se hizo carne, para los pecadores.
P. Aldo

viernes, 4 de marzo de 2011

Ni Gadafi logró aplastar al corazón del hombre

Volviendo de San Pablo el martes por la noche la azafata me puso en las manos un diario capitalino. Curioso de lo que había escuchado con referencia a lo acontecido en Libia, hojeé la portada de La Nación y con sorpresa me encontré que en lugar de subrayar el drama humano que estaba sucediendo en aquel país la preocupación se enfocaba en la suba del petróleo y las inevitables consecuencias que provocarían este aumento en el mundo.
También viajaba conmigo un empresario que hablaba con un amigo de la misma cuestión. Y con gran sorpresa de mi parte, la preocupación era la misma que la del diario La Nación: “La economía paraguaya anda bien, prescindiendo del gobierno, sin embargo, nos preocupan las consecuencias que por la suba del petróleo se puedan provocar también en nuestra economía”.
Me quedé helado porque era evidente que, tanto el diario como este empresario, reflejaban la mentalidad dominante de hoy, dominada por el cinismo. ¿Dónde está la preocupación por la vida del hombre y su destino? Que mueran miles y miles de personas ni siquiera despierta un mínimo de compasión. Hemos eliminado al hombre del centro de la vida, porque ya ni siquiera nuestra vida tiene ningún interés para nosotros mismos.
Nuestras preocupaciones no son las del corazón, con sus exigencias de felicidad, de amor, de justicia, de belleza, de verdad, sino las cuestiones efímeras de la economía, de la carrera, del éxito. La razón misma ha sido desde hace tiempo apagada, ahogada, incapaz de dejarse provocar por la realidad que grita el porqué de lo que pasa, de estos hechos.
Un hecho dramático en la historia, que nunca había acontecido antes: el hombre ha eliminado a Dios de su vida y como consecuencia se ha eliminado a sí mismo, convirtiéndose en un robot, en un pedazo del engranaje que llamamos economía. Y lo que pasa a nivel nacional e internacional es la muestra macroscópica de lo que pasa a menudo entre nosotros, con el vecino, con la familia, con el enfermo, con el anciano.
Todo se mide según la balanza económica, del interés, del capricho, de la “conveniencia” personal ¿Quién se conmueve por el dolor ajeno? ¿Quién gasta de lo que le sobra (no digo de lo que necesita) para ayudar a los carenciados?
Para el clásico del fútbol hemos hecho locuras, hasta los compromisos de la fe hemos dejado de lado para ver a 22 títeres correr detrás de la pelota. Cuando juega la Albirroja todos se descubren paraguayos y  sin embargo en la vida cotidiana de paraguayo no tenemos nada. El rico siempre más rico y el pobre siempre más pobre. Y si un necesitado pide respondemos “vuelve mañana o vete a San Rafael”, para no hablar de la burocracia estatal sorda a todo aquel que grita “socorro”.
La humanidad tiene la cara del fútbol, es decir, de la nada. O la cara de Shakira, es decir, de la necedad y del vacío.
Cuanto acontece en Libia, como también en Egipto, obliga a quienes son inteligentes, a los que aún creen en el hombre, como creatura divina y no económica, a pensar en la grandeza del corazón humano y de su incansable latido en búsqueda de eternidad.
Por más de 42 años Gadafi estuvo convencido que tenía en sus manos la libertad de sus ciudadanos, que podía manejarlos a sus antojos. Por más de 42 años el líder libio estuvo convencido que era el dueño de los corazones de sus compatriotas. Como todos los dictadores de la historia, de derecha o izquierda que fuesen, estaba persuadido que había aplastado los deseos de verdad, de amor, de belleza, de justica, de libertad, de su pueblo.
Sin embargo, el corazón enjaulado de la gente no aguantó más y la explosión de sus latidos se transformaría en un terremoto. Todos los regímenes totalitarios, o también democráticos, desean reducir el corazón del hombre a sus antojos o sustituir sus exigencias elementales con otras. Pero, el corazón del hombre es irreducible a cualquier proyecto o a cualquier ideología. Por eso se llega a un momento en el cual el corazón mismo, con sus deseos de felicidad, de infinito, de libertad, se transforma en una bomba atómica que destruye a cuantos han pretendido sofocarlo y a cuantos pretendieron reducirlo a la lógica del consumo o de la ideología.
¿Qué hay detrás de la revolución libia? ¿Cuál fue el motor de arranque del derrumbe de Stroessner? ¿Quién acabó con el muro de Berlín y el comunismo? ¿Quién pondría fin a los difuntos “dictadores” del eje del mal? ¿Las armas, los camiones, la política, los militares? Absolutamente no. Ha sido, es y siempre será el corazón humano, el enemigo de cualquier ideología o poder totalitario, o democrático, que no respete o no tome en serio las exigencias de verdad, belleza, justicia, libertad, amor, que constituyen el ADN del yo humano.
Uno podría, como la inteligente Violeta Parra, cantar: “Corazón maldito ¿Por qué palpitas? Corazón maldito ¿Por qué lates?”, pero nunca podrá impedir al corazón latir, desear el Infinito. “Encerrado entre cosas que mueren (también este cielo estrellado acabará) ¿Por qué deseo a Dios?”, se preguntaba Ungaretti.
Quien se permite sofocar esta pregunta, se quedará destrozado por esta sed de Infinito. Los totalitarismos de este mundo pretenden ser la respuesta total a este deseo de totalidad del corazón, olvidando, orgullosamente, que sólo el Misterio puede responder en modo integral y definitivo a aquello que el hombre busca y por eso acaban autoeliminándose y dejando miles de muertos en las calles.
Este puntito rojo bien representado por Matisse en su “Icaro”, nadie puede aplastarlo y nadie puede pretender ser la respuesta que anhela. Sólo el Infinito que se ha hecho carne en Cristo es la respuesta que necesita, que busca, que quiere. Y cuando nos olvidamos de esta verdad cada uno se transforma en un Gadafi con el amigo, con el novio, la novia, con su esposo, esposa, con sus hijos. Los hechos acontecidos en Libia y en todo el Norte de África son un despertar trágico para tomar en serio nuestra humanidad, a no censurar ningún interrogante de nuestra razón, a ninguna exigencia última del corazón que sigue latiendo fuertemente y gritando como el Calígula de Camus: “quiero la luna”
P. Aldo

jueves, 3 de marzo de 2011

Una fe que incide en la vida

Ante la cercanía del acto de la beatificación del papa Juan Pablo II publicamos la carta del Presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación (CL) para los miembros de este movimiento. Una carta bellísima y provocadora no sólo para la gente que abraza el carisma de CL sino para todos.
Queridos amigos:
Me imagino la conmoción y el entusiasmo con el que cada uno de vosotros al igual que yo ha recibido el anuncio de la Beatificación de Juan Pablo II, fijada por Benedicto XVI para el próximo 1 de mayo, fiesta de la Divina Misericordia. También nosotros hemos exclamado, junto al Papa: «¡Estamos felices!» (Angelus del 16 de enero de 2011).
Nos unimos a la alegría de toda la Iglesia dando gracias a Dios por el bien que ha supuesto su persona, por su testimonio y su pasión misionera. ¿Quién de nosotros no ha recibido muchísimo de su vida? ¡Cuántas personas han recobrado la alegría de ser cristianos viendo su pasión por Cristo, su humanidad que brotaba de la fe y su entusiasmo contagioso! En él hemos reconocido enseguida a un hombre con un temperamento y un acento marcados por la fe, en cuyos discursos y gestos se hacía patente el método que Dios ha elegido para comunicarse: un encuentro humano que hace fascinante y persuasiva la fe.
Todos somos bien conscientes de la importancia de su pontificado para la vida de la Iglesia y de la humanidad. En un momento particularmente difícil, con una audacia que sólo puede proceder de Dios, volvió a proponer ante todos qué significa ser cristiano hoy en día, ofreciendo a todos las razones de la fe y promoviendo incansablemente las semillas de renovación del cuerpo eclesial sembradas por el Concilio Vaticano II, sin ceder a ninguna de las interpretaciones parciales que querían reducir su alcance en un sentido u otro. Su contribución a la paz en el mundo y a la convivencia entre los hombres pone de manifiesto que una fe vivida integralmente en todas sus dimensiones es decisiva para el bien común.
Conocemos bien el estrecho vínculo que, desde el principio del pontificado, unió a Juan Pablo II con don Giussani y CL, en virtud de la mirada de fe que compartían hacia toda la realidad y de la pasión por Cristo, «centro del cosmos y de la historia» (Redemptor hominis). Su enseñanza ha sido muy valiosa para comprender y profundizar en nuestro carisma, en las distintas y múltiples ocasiones en las que habló a todos los movimientos, que él calificó como “primavera del Espíritu”, destacando que la dimensión carismática de la Iglesia es “coesencial” a la institucional. También se dirigió muchas veces directamente a nosotros, remitiendo conmovedoras cartas a don Giussani en los últimos años de sus vidas, unidas también por la prueba de la enfermedad.
En el discurso con ocasión del treinta aniversario del movimiento, celebrado en 1984, nos dijo: «Jesús, el Cristo, Aquel en quien todo fue hecho y todo subsiste, es, pues, la clave interpretativa del hombre y de su historia. Afirmar humildemente, pero con igual tenacidad, a  Cristo principio y motivo inspirador del vivir y del actuar, de la conciencia y de la acción, significa adherirse a Él, para hacer presente adecuadamente su victoria sobre el mundo. Actuar a fin de que el contenido de la fe se convierta en inteligencia y pedagogía de la vida es la tarea cotidiana del creyente, que se realiza en cada situación y ambiente donde está llamado a vivir.
Y en esto está la riqueza de vuestra participación en la vida eclesial: un método de educación en la fe para que incida en la vida del hombre y de la historia […] La experiencia cristiana, comprendida y vivida así, engendra una presencia que pone en cada una de las circunstancias humanas a la Iglesia como lugar donde el acontecimiento de Cristo […] vive como horizonte pleno de verdad para el hombre. Nosotros creemos en Cristo, muerto y resucitado, en Cristo presente aquí y ahora, el único que puede cambiar y de hecho cambia, transfigurándolos, al hombre y al mundo» (Roma, 29 de septiembre de 1984). ¡Son palabras de una actualidad impresionante!
Con una paternidad sorprendente y única, Juan Pablo II abrazó nuestra joven historia reconociendo canónicamente la Fraternidad de Comunión y Liberación, los Memores Domini, la Fraternidad Sacerdotal de los Misioneros de San Carlos Borromeo y las Hermanas de la Caridad de la Asunción, como frutos diversos que han brotado del carisma de don Giussani para el bien de toda la Iglesia. El mismo Papa nos hizo comprender la importancia de tal gesto: «Cuando un movimiento es reconocido por la Iglesia, se convierte en un instrumento privilegiado para una adhesión personal y siempre nueva al misterio de Cristo» (Castelgandolfo, 12 de septiembre de 1985).
Por tanto, si alguien tiene una enorme deuda de reconocimiento hacia Juan Pablo II, somos precisamente nosotros.
Y no podemos encontrar un modo más adecuado de mostrar nuestro reconocimiento que seguir incansablemente su llamamiento lleno de autoridad: «No permitáis jamás que en vuestra participación anide la carcoma de la costumbre, de la “rutina”, de la vejez. Renovad continuamente el descubrimiento del carisma que os ha fascinado y él os llevará más poderosamente a haceros servidores de esta única potestad que es Cristo Señor» (Castelgandolfo, 12 de septiembre de 1985).
Por este motivo, acudiremos todos a la cita del próximo 1 de mayo...
...Queremos unirnos de corazón a Benedicto XVI, que en su clarividencia ha querido señalar a todo el mundo al beato Juan Pablo II como ejemplo de lo que puede hacer Cristo en un hombre que se deja aferrar por Él.
Pido a don Giussani y al nuevo beato Juan Pablo II que acompañen desde el Cielo nuestra fidelidad a Pedro, cauce seguro para nuestra vida de fe. Pido también a la Virgen que cumpla en cada uno de nosotros el deseo de santidad, motivo por el que existe nuestra Fraternidad.
Os saludo de todo corazón.
Julián Carrón
 Y por eso, la Agencia de viajes Peregrinaciones San Rafael  de la Fundación San Rafael organiza una peregrinación desde Asunción hasta Roma, pasando por importantes centros marianos en el viejo continente (en la Parroquia San Rafael, de Asunción, se transmitirá de manera simultánea el acto), para unirnos al Papa y a la Iglesia en acción de gracias a Dios, que nos ha dado un testigo tan auténtico de Cristo. 

Virginidad: plenitud de uno mismo

La familia renace como fruto de la unidad indisoluble del matrimonio monogámico sólo con Cristo. Y sólo en el cristianismo se desarrolla hasta formar los pueblos, las ciudades, una creación.
Sin embargo, el núcleo de este desarrollo de la familia y del matrimonio monogámico y heterosexual, así como Dios lo quiso desde el primer momento cuando creó al hombre varón y mujer, han sido los monasterios, en particular los benedictinos.
La Europa cristiana, la gran Europa Medieval, que aún se  puede contemplar en sus bellezas artísticas, nace alrededor de los monasterios.  Lo mismo aconteció en el continente latinoamericano, especialmente con la experiencia de las Reducciones Jesuíticas.
Es decir, en el comienzo de la civilización creada por el cristianismo está la virginidad, grupos de personas que por una elección divina han consagrado su vida a Cristo para vivir, pensar, actuar como Cristo. Hoy día, el momento que muchos historiadores definen como el regreso a la barbarie (bastaría fijarse en el mundo del arte donde la fealdad reina soberana) es urgente volver a la fe, como en los primeros siglos, es urgente el nacimiento de experiencias de personas que, siguiendo el ejemplo de los benedictinos en Europa y de los jesuitas en nuestro, entreguen su vida a Cristo para ser signo de aquella belleza que Dostoievski afirmaba como el único camino que salvaría al mundo.
¿Qué es la virginidad? ¿En qué consiste la experiencia de la virginidad?
En una bellísima charla Mons. Giussani, hace años, contestó en modo conmovedor  y lleno de fascinación  lo siguiente y deseo que llegue al conocimiento de todos los lectores su respuesta:
“1- Llamados para una tarea
a) La elección de algunos. Hay una premisa, un dato previo, que no es poca cosa: Dios se ha hecho hombre. Acordaos de monseñor Manfredini, mí compañero, aquella tarde mientras íbamos con retraso hacia la iglesia y bajábamos corriendo las escaleras, los tres o cuatro tramos de escaleras. Él iba detrás de mí y, de pronto, me agarró por el brazo y me dijo: «Oye, -teníamos veinte años, o ni siquiera, oye, ¡pensar que Dios se ha Hecho hombre es algo del otro mundo!». Este «algo del otro mundo» ha sucedido y divide al mundo. La primera elección que Dios hace, por medio, del Bautismo, es la elección de hombres que están llamados a comprender que Dios se ha hecho hombre. Pero esto es la premisa, el antecedente.
El primer punto de hoy es que Cristo, para llevar a cabo su obra en el mundo, elige a algunos. Imaginaos aquella noche a Él y a los doce, a la de las antorchas, antes de morir lo que no hemos experimentado todavía debemos hacerlo objeto de nuestra imaginación, tratando de ensimismarnos con ello, de darnos cuenta de ello; El y los doce alrededor de la mesa, en silencio, mirándolo hablar, escuchando lo que aquel hombre decía: «Sin mí no podéis hacer nada»; un hombre, un comensal como ellos que decía: «Sin mí no podéis hacer nada».1 «Pero éste es...»; ellos no decían: «Es Dios», pero sentían que lo era: no lo pensaban, no lo comprendían, pero lo sentían. Para comprenderlo iban a tener que esperar al Espíritu Santo.
Para llevar su obra a cabo eligió a algunos... a cuyo elenco ha añadido, con el paso del tiempo, nuestro nombre, vuestro nombre; si estáis aquí es porque de algún modo os ha tirado de los pelos, de alguna manera ha rozado, al menos, vuestro vestido; si estáis aquí es porque os ha tocado, sea cual sea el modo en que lo haya hecho, os ha tocado y os ha llamado.2
b)   Para dar testimonio de Él. ¿Para qué os ha llamado? Para ser eco de su testimonio en el mundo, para hacerLo presente en el mundo. En las escaleras del seminario, a las diez y media de la noche, aquel año, aquella vez, Manfredini, al agarrarme por el brazo, me hizo presente a Cristo. Era algo distinto lo que me agarraba el brazo, no era una lógica humana, no, no era una lógica que hubiera previsto mi compañero. Porque, ¿quién puede decir una cosa semejante? Cierto que, si Dios se ha hecho hombre, ¡es algo del otro mundo! Es algo del otro mundo que está entre nosotros aquí, ahora. ¡Y hay que decirlo! Dentro de mi cansancio o de esta serie de palabras hay algo diferente; ni siquiera se podrían decir todas estas palabras si no hubiera algo diferente. Estamos llamados a dar testimonio de Él.
c) Viviendo con Él. ¿Cómo se da testimonio de Él? Viviendo con El. Alguien que lee todos los días el Evangelio, que recibe la comunión todos los días, que dice: «Ven, Señor», que mira a determinados compañeros suyos para quienes esto ya se ha hecho más habitual, puede comenzar a sentir qué quiere decir vivir con Él. Vivir con Él se puede-decir de otro modo: vivir como Él.
d)   Para el destino de los hombres. ¿Cómo vivió Él? Concibiendo la vida y la vida son todos sus actos, incluido el dormir, el despertarse (es mañana me han venido a despertar a las nueve), el comer, el beber, resumen, todo el vivir y el morir- para el mundo, para el designio t Dios en el mundo, es decir, para todos los hombres; por los hombres, por la gente que está en Japón, por la gente de Australia, por la g del Polo Norte, por la gente que no conocemos y que empezamos a percibir como parte de nosotros mismos: uno entiende que debe dar 1 por todos ellos. Todo lo que se hace es para la vida cíe los hombres el destino de los hombres, para que alcancen su destino. Ya n esto cuando hablamos de la caridad: concebir nuestra vida  por la mañana a las nueve... (¡Pero empecé a dormirme a las cinco y media; vi las cinco y media en el reloj y me dormí!) para el destino de los demás, es algo que comienza a no ser abstracto porque se trata del destino de tu padre, de tu madre, de la chica por la que sientes afecto, del amigo que te gusta, de los compañeros que tienes alrededor: se trata del destino de toda esta gente.
Un hombre que mire a la mujer de la que se ha enamorado y con la que se va a casar sin pensar jamás en su destino, es un pobre desequilibrado que esquizofrenia su vida y la vida de ella, y, en efecto, vivirán como esquizofrénicos. ¡Y cuántos están así!
2- A  través del sacrificio, el ciento por uno.
El sacrificio de la reacción inmediata
Para poder pensar en tu vida (en ti, a quien no conozco), para poder pensar en el destino de tu vida, tengo que sacrificar algo. Para pensar en tu vida (en ti, a quien conozco de vista), para amar tu destino, para amar tu felicidad, para amar tu alegría, para amar la eternidad de tu vida, para tratarte así, tengo que sacrificar algo. ¿Qué tengo que sacrificar? Tengo que sacrificar la reacción inmediata, de gusto o extrañeza, de simpatía o antipatía; tengo que sacrificar la impresión inmediata.
La impresión inmediata al ver a una bella mujer... Tengo que sacrificar esto. La impresión inmediata cuando pienso en una vida «en mi pequeña casa entre árboles»... Como Pierre de Croan que, de pie, frente a la catedral que está levantando, mientras dirige toda la obra, piensa en su casita humeante... ¡Dios, qué distancia! A esta distancia nos ha llamado Dios, a vivir el mundo con esta distancia: eso hace que la casita sea casita y que el templo sea templo y que el pueblo sea pueblo (al que pertenece también la mozuela que iba a ser su esposa en aquella casita).
Hace falta un sacrificio: el sacrificio de lo inmediato. Lo inmediato no es verdadero; tanto es así que muere, que hace morir. Sobre todo, hace que envejezcamos, traba la lengua, nos produce reumatismos, a uno le cuesta mantenerse en pie: hace morir, lo inmediato hace morir, lo inmediato muere entre tus manos. Por la mañana estás entusiasmado con tu mujer, pero por la tarde la mandarías a paseo; mandarla a pasear quiere decir que la desecharías: « ¡Si pudiera librarme de ella!».
Lo inmediato ata, encadena, hasta que uno se ahoga (como en el cine, cuando un asesino estrangula a su víctima, se ve que el otro chilla y gesticula como un desesperado hasta que... ¡paf!, muere). Lo inmediato nos ahoga. Es necesario este extraño fenómeno que es el desapego. Para amar J verdaderamente a una persona hace falta una distancia. ¿Adora más a su mujer un hombre cuando la mira a un metro de distancia, maravillado por el ser que tiene delante, casi arrodillado aunque esté en pie, casi arrodillado delante de ella, o cuando la toma? ¡No! No. Cuando la toma, acaba.
¿Poseyó más a la mujer de la calle, a la Magdalena, Cristo que la miró un instante mientras pasaba delante de ella o todos los hombres que la habían poseído? Algunos días después, cuando ella lavó, llorando, sus pies, estaba respondiendo a esta pregunta.
No se puede establecer una relación con nada -ni con los hombres, ni con las flores del campo, ni con las estrellas del cielo, si no se hace con una distancia dentro. Si no te distancias de las estrellas, no enriendes nada; si te fijas en una estrella sin desapego, no comprenderás que se trata de una estrella entre la infinitud estelar: es el sacrificio lo que permite que se desvele la verdad de la «cosa» o «persona» que está presente ante nosotros.”
Este lenguaje para nosotros es duro de entender, tercos como somos y además víctimas, voluntarias o no, de una mentalidad en la cual hasta la palabra “amor” coincide con la instintividad, con la posesión, con el “usa y tira” de quien decimos amar. Sin embargo nuestro corazón vibra con estas palabras porque siente que le corresponden, que son verdaderas, que son humanas.
Amar es posible solo en la virginidad porque significa, como afirmaba el filósofo francés Marcel, decir al otro “tú no morirás”. Por el contrario, como está de moda hoy, todo está reducido al chantaje del instinto y de la reducción del otro a objeto. Vale la pena ser cristiano para no perder a la persona que amamos.
P. Aldo

martes, 15 de febrero de 2011

Alcohol, velocidad y suicidios ¿Qué buscan los jóvenes?

“Hay una cosa peor que tener un alma mala y es tener un alma ya hecha, acostumbrada a todo, cínica ¿Qué haremos de estos muertos vivos que no teniendo un alma al amanecer muchos con seguirdad no la tendrán a mediodía o a la noche?” se preguntaba hace algunas décadas el escritor francés Albert Camus mirando la indiferencia, la insensibilidad de sus contemporáneos delante de la dramaticidad de la vida, de la realidad.
Camus continuaría escribiendo: “esta sociedad se parece a los grandes ríos del Brasil, poblados por pirañas. Basta que uno caiga al agua y en pocos minutos en lugar de un ser humano se encuentra un esqueleto blanco”. Así hace hoy en día la sociedad con sus mejores hijos para que no molesten: he aquí el servicio militar, la novia, la familia, la carrera, el éxito…y de esta manera la sociedad no sólo reduce sino aplasta la inquietud de la razón que busca el porqué de las cosas, ahoga en la nada las exigencias últimas del corazón, exigencias que son el motor de la vida, las exigencias de amor, verdad, belleza, justicia y libertad.
Todo está organizado para que el hombre no viva la realidad, sino que siga la lógica perversa del poder que tiene un solo interés: que todos vivan alienados.
Durante estos días dos hechos han desconcertado. Hechos dramáticos que nos han obligado a preguntarnos el por qué de lo que está pasando.
El primer hecho: el número cada vez mayor de suicidios. Jóvenes que, aparentemente, tienen todo, se los ve en las páginas sociales de los diarios, aparentemente divertidos, alegres en Samber o en las playas de Punta del Este. Y unos días después los mismos diarios sensacionalistas en estos casos, publican con una frialdad maligna del ser humano la noticia: “Fulano se quitó la vida” o “Volvían a la madrugada de San Bernardino en un auto Mercedes Benz descapotable, conducido por un adolescente y quedaron aplastados en un accidente”, o “Conocido futbolista joven acabó con su vida. Tenía sólo 21 años”. Noticias terribles que en lugar de suscitar interrogantes, favorecer la comprensión del porqué de estos hechos”, tienen el único interés de la morbosidad, del chismerío macabro y perverso.
Sin embargo el cinismo de la prensa es también de nosotros mismos, acostumbrados a no dejarnos provocar por la realidad.
Escribe el poeta ruso Chudakov:
“Cuando gritan/ ¡Hombre al agua!/ el transatlántico, grande como un edificio,/ se para al instante/ y al hombre/ lo pescan con las sogas/ Pero cuando quien cae por la borda es el alma del hombre/ cuando se ahoga/ en el horror/ y en la desesperación/ ni siquiera su propia casa/ se para/ sino que se aleja”
Hasta dentro de la Iglesia, muchas veces, la indiferencia se ha vuelto una postura ¿Acaso hemos escuchado a nuestros pastores preguntarse seriamente el porqué de esta desesperación en nuestro jóvenes? ¿Acaso hemos escuchado en las homilías enfrentar seriamente el drama de la condición juvenil? ¿Acaso nuestra pastoral tiene como punto de partida al hombre y sus necesidades existenciales, al joven con sus interrogantes últimos sobre el sentido de la vida? Y ¿de qué sirve el cristianismo si lo humano es el gran ausente de la experiencia cristiana? Cristo no vino al mundo para darnos un manual de buena conducta o para tranquilizar al hombre de sus afanes,  Cristo se pone como la respuesta al drama del hombre, bien resumido en las preguntas que el Ministro Borda pone en su carta del mes de enero a los párrocos: “¿de dónde venimos, quienes somos y hacia dónde vamos?”
Uno llega a sacarse la vida cuando delante de estas preguntas que uno sí o sí lleva consigo no encuentra la respuesta adecuada o mejor, se encuentra con miles de respuestas parciales, efímeras, incapaces de satisfacer la sed de Infinito que le caracteriza. Por eso delante de este flagelo, como es la pérdida del sentido de la vida, los primeros responsables somos nosotros los cristianos que por gracia llevamos la luz de la esperanza o, como dijo el evangelio de este domingo, estamos llamados a ser sal y luz de la tierra.
¿Qué significa ser sal sino comunicar el sabor, el gusto de la vida que pasa a través del anuncio que Cristo y sólo Él es la respuesta al sentido último de la vida, al deseo de felicidad que define toda la búsqueda de diversión que caracteriza al chico, al hombre de hoy? ¿No es acaso Cristo a quién busca el chico farreando toda la noche en Samber, o en Punta del Este? ¿No es acaso a Cristo a quién el chico busca emborrachándose, llegando a casa de madrugada, usando el coche a toda velocidad hasta aplastarse contra un árbol? ¿No es acaso Cristo a quién el chico busca siguiendo las ilusiones del deporte, de carrera, del éxito?
Escribiría el gran escritor Cesare Pavese: “el hombre, cualquier hombre, hasta en la perversión busca al Infinito” y cuando descubre que la respuesta no está allí, quedan como consecuencia la desesperación, el suicidio.
La Iglesia, como nunca, hoy en día está llamada en causa sobre este drama del hombre, como continuamente nos reclama el Santo Padre. Pero no sólo la Iglesia, sino también las instituciones educativas ¡Quizá si el Ministro de Educación percibe el grito de los jóvenes! ¡Quizás si su inteligencia de maestro y de padre le ayude a comprender que a los jóvenes no les importa un comino sus programas de educación sexual, de género, el “Marco Rector”, sino que ellos gritan desesperadamente que sepamos comunicarles el sentido último por el cual vale la pena vivir!
Señor Ministro de Educación ¿usted se da cuenta de la emergencia educativa que están pasando nuestros chicos? ¿Se da cuenta que el problema de la educación sexual es una tomadura de pelo, cuando nuestros hijos no saben ni siquiera el porqué los trajimos al mundo y cuál es el rumbo de la vida? Por favor acabemos con la demagógica ideología del poder ¿O tenemos que esperar que les pase algo a nuestros hijos para que entendamos que el problema no es el condón? O mejor, para nosotros adultos, ciegos, sordos y mudos, ciertamente es el condón…pero el de la mente.
Ante esta situación emerge el segundo hecho del cual hablan los diarios. Un politiquero, vulgar y, no cabe duda, analfabeto de la vida, pretende legalizar la marihuana ¿es posible que uno sea tan tonto como para no preguntarse el porqué de tanto uso de la marihuana? Existe desde los albores de la humanidad, etc. Sin embargo nunca fue un problema mientras el hombre vivía dirigido por las grandes verdades y certezas que daban fundamentos a la vida. El problema se puso -y en modo dramático- cuando el hombre cayó en la pretensión de ponerse en el lugar de Dios, cuando quiso sacar a Dios de su vida. Y el contragolpe de este orgullo ha sido el vacío existencial, la pérdida del sentido último de la vida. El uso de la marihuana es el síntoma más agudo de la soledad y el vacío del hombre moderno.
Un hombre sin sentido, sin certeza, víctima del hedonismo, esclavo de lo efímero, del “me gusta o no me gusta”,  del hombre sin ideales por las cuales vale la pena vivir. Por eso la postura loca de Balbuena es el fruto de una mentalidad que ha eliminado a Dios de la vida. No se legaliza la droga ni por un irrealismo necio (se puede controlar) ni porque de esta manera se pone un freno a la locura del contrabando. Basta con soluciones a medias. La terapia o es radical o no sirve.
Y la terapia radical consiste en el comunicar, educar a los jóvenes a la belleza de la vida, al gusto por la existencia. Pero sin hombres conmovidos por Cristo, sin hombres apasionados por la verdad, por el uso de la razón, todo eso es impensable.
Somos cobardes, somos inhumanos y por eso huimos siempre de la radicalidad que exige la realidad, porque exige ante todo un cambio en nuestra vida siempre más reducida a una vida de perros porque privada de un nexo ontológico con el Misterio.
O volvemos a Cristo o inevitablemente acabaremos todos en la desesperación. Y no serán los expertos de la mente quienes nos salvarán porque lo que “cayó de borda es el alma del hombre”. Y, como sigue diciendo el poeta Chudakov: “cuando se ahoga en el horror y en la desesperación (el alma) ni siquiera su propia casa, se para sino que se aleja”.
P. Aldo